29.3.12

antítesis

Aún recuerdo tu odioso olor a lugar seguro. Como iluminabas mis noches cuando yo quería oscuridad. Como te rías cuando yo solo quería llorar. Te odiaba tanto que mi cuerpo sentía ese tipo de atracción hacia las situaciones de fatalidad contigo. No te podía ni ver y en cambio mis brazos rodeaban tu cuello en un intento desesperado por mantenerte cerca.


No pensaba en las consecuencias cuando me tiré de lleno en la inmundicia de nuestra relación. No me afligió dejarte en aquella estación abandonada cuando te prometí que iría hasta el fin del mundo contigo. Como tampoco me trastornó que volvieras a por mí arrastras y te dejara colar tus manos por debajo de mi ropa.

Nuestra antítesis era dolorosa. Te deseaba tanto que mi mente te repelía antes de que la tragedia se hiciera patente. Era una tortura odiar y amar al mismo tiempo.

8.3.12

skin come off


- Hola, pelirrojo – Su sonrisa, pintada de un fuerte rojo pasión, se pinceló en su bonito rostro de una manera majestuosa. A veces, cuando las dudas y el temor me acuciaban, me permitía la debilidad de admirar a aquella sorprendente mujer. Ella alzó sus menudos brazos en dirección mía, tentándome, tejiendo su telaraña personal. Nunca tendría claro si sus brazos eran las puertas del paraíso o del infierno - ¿Por fin te has decidido?

- No – contesté con sinceridad mientras me acercaba a ella. Descifrar mentiras  había sido uno de nuestros pasatiempos favoritos. Ya no, sin embargo.

- ¿Qué haces aquí entonces, Lucas? – Me senté en la cama, muy próximo a ella pero siempre dándole la espalda. Observar sus ojos azules me turbaba, entumecía mis sentidos y creaba cortocircuitos en mis pensamientos.

- Creí que podía manejarlo. Creí que podía conseguir ser feliz sin herir a nadie por el camino. Me equivoqué – Tapé mi rostro con mis manos, avergonzado. Debería haberle hecho caso desde un principio. Aria era el pecado en persona, pero el pecado no dista mucho de la verdad en sí. Tan atrayente que amortigua el golpe. Todo el mundo quiere poseerla, a cualquier precio, incluso si eso significa perder la esencia.

- Oh, vamos, Lucas – Sus brazos me abrigaron y cuando sus manos se toparon con las mías, sentí su aliento acariciándome la oreja – No te castigues tanto. Somos humanos, al fin y al cabo. Erramos, es ley de vida – Sus manos alejaron las mías de mi rostro, como si quisiera quitar una máscara que llevaba soportando durante mucho tiempo. Entonces, su menudo cuerpo se enfrentó al mío, corpulento, sin miedo, como siempre había sido… y sus ojos, sus  inquietantes ojos se posaron sobre los míos con la seguridad de un torbellino. ¿Cuán fácil podría ser todo para ella? Nunca cuestionándose nada, viviendo a base de impulsos sin importar las consecuencias.

- Te envidio – musité tan bajo que sonó más a una expiación de pecados que a una realidad patente.

4.3.12

bury me beside you


El zumbido de la mosca reverberaba entre las o de la mosca reverberaba ecuatro paredes de aquella asfixiante habitación. Los rayos de sol entraban con violencia tras las ventanas llenas de moho y nos azotaba en el rostro con fuerza. Vi como fruncía el ceño, tratando de visualizarme a través de su vista borrosa. Sus pestañas, negras y largas, hacían de abanico en su cara, creando una leve brisa sobre sus mejillas sonrosadas por el calor. Las gotas de sudor creaban surcos por su rostro pálido y desmejorado. Verle así causaba estragos en mi alma.

- Leiva… - murmuró, levantando una mano. El simple esfuerzo parecía costarle la vida.

Yo se la cogí y la acerqué a mi cara. Dejé que me acariciara lentamente, que recordara mi rostro por última vez. Me debatí entre mis distintos yo: el fuerte y el melancólico. Pero decidí que no estaría bien echarme a llorar en el borde de la cama en la que estaba postrado. Eso solo empeoraría las cosas, ¿no?

- Estás muy guapa hoy – musitó débilmente, mientras colaba sus dedos por mi melena ondulada. Le sonreí con dulzura pero casi escuché partirse mi corazón.

Cerré mis ojos. Suspirando, tratando de mantener la sonrisa, pero sentí como, sin remedio, se iba desdibujando de mi cara poco a poco.

- Leiva, no llores.

¿Lloraba? Una de mis manos se posó sobre mi mejilla en un acto reflejo, empapándose. La cerré en un puño, limpiándome con rabia las lágrimas que deberían haberse quedado atrapadas en mis cuencas.