27.2.12

nude

El egoísmo me contamina el sistema. Y aun cuando mancho pies y manos en una guerra en la cual sepulto sentimientos bajo tierra, en realidad no lucho por nadie, ni si quiera por mí. Soy el as de corazones con un basto y una espada a cada mano. Mi oro por tu felicidad. 

22.2.12

seekir

Dicen que la mujeres tenemos un sexto sentido, que intuimos las cosas que suceden o van a suceder con extrema facilidad… A veces creo que me vedaron ese don o que en algún punto inexacto de mi corta e impulsiva vida, este sexto sentido quedó entumecido por el alcohol, las drogas y la rabia.  ¿Cómo si no habría llegado entonces a esta situación?

No tenía más lágrimas que derramar. Ni si quiera dolía como antaño. Pensé que llegado el momento temería el vacío, pero sorprendentemente haberlo alcanzado supuso un alivio. No más ira, no más tristeza. Sola una infinita paz. De alguna forma, eso me preocupó.

El recuerdo de querer ser la princesa de un cuento de hadas había desaparecido junto a la suavidad de las sábanas de seda de su cama. Ahora yacíamos en un lecho de piedras y cada embestida se sentía como el desprendimiento de cada uno de mis miembros.

Nunca quise que Daniel me odiase, nunca quise odiarle yo. Todo esto era un caos. Un terrible y adictivo caos. Sentía como cada noche sus manos apretaban con un poco más de fuerza mi cuello. Y la maldita realidad es que no importaba cuan fuerte agarrase, siempre y cuando me dejase morir a su lado. Y no podía ser un deseo más patético, sobretodo desde que me había dejado de mirar a la cara si no era para dejarme claro cuanto asco le producía mi presencia. Podía sentir la costumbre y el hábito en cada uno de sus movimientos, ya no me quería. Me había convertido en parte de su rutina.

Existían momentos, momentos en los que planeaba huir, escapar sin mirar atrás. Pero entonces, su uñas se clavaban en mi piel con advertencia. Este era mi castigo, el castigo que él me había impuesto: Ser prisionera de un desconocido. Porque Daniel, el chico del que me había enamorado tiempo atrás, ya no estaba allí y cuanto antes lo aceptase más fácil sería de sobrellevar nuestro infierno particular.


13.2.12

un jardín lleno de magníficas flores

- Eres un completo idiota, Gael – Liv sonrió con suficiencia.

- Sí, un idiota que te regala orgasmos como quién regala flores, guapa. Podrías ser un poco más agradecida por ello - “Será cerdo”, pensó Liv, desdibujando su sonrisa a la velocidad de la luz. Gael tenía el increíble don de avergonzarla a cualquiera hora, en cualquiera circunstancia.

- Yo diría que unas flores más bien pochas – farfulló cabreada.

- ¿Insinúas que no soy un buen amante? – Esa molesta ceja suya, se levantó con escepticismo e incredulidad. A pesar de todo, sus ojos decían que se estaba divirtiendo de lo lindo con todo esto.

- ¡Eh! Yo no insinúo nada. Si piensas así, por algo será – dijo desentendiéndose del tema. De repente el florero que tenía al lado le parecía de lo más interesante.

- ¿Liv?

- ¿Um? ¿Qué…? – justo cuando su cabeza se giraba para preguntar qué es lo que quería, Gael plantó un beso en sus labios. Un beso que no era ni tierno ni lleno de afecto, sino un beso que hizo que la tierra se tambaleara durante unos gloriosos segundos. O quizás solo fuesen las piernas de Liv las que se tambaleasen.

- Nunca vuelvas a cuestionar una de mis mejores virtudes o tendré que secuestrarte y encerrarte en una habitación hasta que tengamos un jardín lleno de magníficas flores – el resuello que desprendió con sus palabras acariciaron los labios de Liv con advertencia.

Una parte de Liv, la más primitiva, decidió que se lo cuestionaría todos los días de su vida; pero la otra parte, la más grande y sensata, se juró que nunca más diría una palabra sobre ello.

6.2.12

and this is a private funeral

Su alma estaba calcinada, o eso creía él. Ya ni de eso estaba seguro. Pero a la vez que sentía que ahora su alma era solo polvo,  también sentía que su corazón se había hecho de cemento. Y le pesaba, le pesaba horrores mantenerlo en ese sucio e inhóspito hueco del pecho.

¿Cuándo había cambiado todo tanto? No se había dado ni cuenta. Se encontraba ligeramente perdido y extrañamente tampoco le importaba. Simplemente era una sensación molesta la que tenía, como el zumbido de un mosquito que se instala en tu mente y no te deja dormir.

Algo fallaba, y aunque sabía con cierta seguridad lo que era… No sabía como actuar. No tenía ganas de actuar. Entonces, echó de menos las horas de sueño, esas que le habían abandonado hacía tiempo.   

Se recostó sobre su pequeña cama boca arriba, admirando cuán soso era aquel techo que le había hecho la mejor compañía desde hacía unos meses. ¿Qué había de malo en él? ¿Cuándo se había vuelto tan viejo? Estaba tan cansado…

De repente, dejarse llevar de nuevo por la corriente no le parecía tan mala idea. Sabía que no había llegado a buen puerto la última vez, pero rezó porque esta vez el viento soplase a su favor.